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La adaptación del cerebro al infortunio y a los momentos felices

  • Lic. Prof. Pablo Cazau
  • 24 abr 2024
  • 1 Min. de lectura

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En los primeros minutos, horas o días a partir del momento en que una persona se entera que padece una enfermedad terminal, o que fue traicionado por su pareja, o que ingresó en una cárcel, o que perdió toda su fortuna, o que su casa fue destruida por un tsunami o que acaba de perder un ser muy querido, experimentará emociones muy desagradables y hasta sentirá que la nueva situación resulta insoportable.


Otro tanto ocurre en los primeros momentos en que la persona vivencia un acontecimiento positivo como sacarse la lotería, ponerse en pareja o irse de vacaciones: ella se sentirá inmensamente feliz.


Sin embargo, tanto en el evento desagradable como en el agradable, luego de los primeros momentos donde hay mucho dolor o mucho placer, el cerebro va adaptándose a la nueva situación y su desdicha o su felicidad, si bien podrán seguir persistiendo, no lo harán con la intensidad de los primeros instantes. Esta adaptación le permite al cerebro dejar de gastar su energía en lo emocional y empezar a canalizarla en pensamientos y conductas que le permitan adaptarse mejor a su nueva situación. Por ejemplo, pensar que, aunque al principio todo pueda parecer muy horrible o muy hermoso, poco a poco la ola de emociones irá cediendo, y comportarse de otra manera para adaptarse a la nueva situación.


Este mecanismo adaptativo y deseable puede tener fallas. Hay personas, por ejemplo, que luego del fallecimiento de un ser querido siguen vivenciando a veces por meses y años la angustia y el desconcierto de los primeros momentos.


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